El miércoles y jueves pasados, días 13 y 14 de este mes de septiembre, el profesor Michael Burda dictó dos conferencias sobre la economía alemana en el salón de actos de la Fundación Ramón Areces. Es un salón enorme y solo estábamos tres de docenas escasas de personas.
Los temas económicos son muy «zanahorios» y parece que la conferencia, por la que habría que agradecer a la Fundación mencionada, no interesaba más que a unos pocos economistas, y no académicos, de los muchos que hay en Madrid y que a esas horas de la tarde realmente no tienen nada que hacer.
Así debe ser porque , aparte de estos seres raros, solo había algunas señoras de la comunidad alemana en Madrid cuya presencia se debía quizá a que el profesor Burda, a pesar de ser de Nueva Orleans, trabaja en la Universidad Von Humbolt de Berlín.
Pues ya ven, a apesar de que por lo descrito parecería que habría acertado si me quedo en casa y navego un poco por la red, la verdad es que aprendí algunas cosas que poco a poco iré desgranando.
Una de las cosas que aprendí está relacionada con lo que hace como un mes llamaba Una teoría zanahoria. Entre las recomendaciones que el profesor Burdá mencionó para que la economía alemana encuentre su sitio en Europa estaba, naturalmente, la desregulación del mercado de trabajo. Pero sometido a preguntas de colegas, acabó confesando que sería óptimo comenzar, tal como afirmaba yo en esa teoría zanahoria, por desregularizar los mercados de productos, aunque no confiaba en que esto pudiera hacerse.
Se trata en efecto, de una cuestión de economía política. y la razón de su pesimismo radica en que liberalizar los mercados de los productos finales exige enfrentarse a una miriada de intereses sectoriales, ninguno de los cuales es muy importante pero que, en su conjunto, conforman una oposición política potencial nada despreciable.
Sirva este reconocimiento como addendum a ese post anterior que estaba dirigido a explicar porqué las zanahorias se encarecen tanto desde la huerta al puesto de verduras de un mercado minorista.