En mis tiempos visitaba regularmente Bogotá y por aquella época hace unos 7 años, su alcalde dictó la Ley Zahahoria. Se trataba de obligar a la juventud a recogerse temprano para evitar desmanes alcoholicos. Se denominaba así porque un «zanahorio» es allí un individuo soso y aburrido tal como éramos los gachupines.
Hoy yo me ecuentro hecho un «zanahorio» de cuidado a falta de alcohol, de hidratos de carbono y de sal, sobre todo de sal. Nada más adecuado, en este estado de prostración, que intentar una teoría zanahoria que además verse sobre esa hortaliza sin gracia que yo roo como si fuera un buggs bunnycualquiera.
Pero es que además ha sido noticia estos días que la zanahoria alcanza un margen de intermediación desde el agricultor al super de un 1000%.
Me enteré de este pequeño detalle viendo las noticias de la noche en televisión para cojer el sueño del que me priva el hambre. Los agricultores repartían verduras y hortalizas gratis para protestar a la japonesa de los enormes márgenes que obtienen los intermediarios y de los que ellos, los agricultores, no ven ni un duro.
Por otro lado acabo de leer un artículo nada zanahorio de Blanchard y Gavazzi que me parece aplicable a este asunto y que, además, tiene otras implicaciones más serias intelectualmente e incluso políticamente.
Pensemos pues en una economía zanahoria en la que los trabajadores /consumidores producen zanahoria y el distribuidor la distribuye. Este es un monopolista que disfruta de la correspondiente renta monopolística. En el mercado del trabajo agrícola hay un sindicato que negocia con el distribuidor el reparto de esa renta entre el tabajador y ese distribuidor. Puedo ahora expicar lo que pasa en cada uno de los dos mercados.
El distribuidor es un mopolista de forma que el precio no se iguala al coste marginal, sino que se forma mediante un mark up que lo acerca al precio máximo que traga la demanda para la cantidad óptima (para el monopolista) a distribuir. El agricultor es un mopsonista de zanahoria y un monopolista de fuerza de trabajo. El salario se fija, no de acuerdo con la productividad marginal del trabajo, sino mediante un proceso negociador entre una y otra parte del mercado que, en general, dejará al salario real por encima del de equilibrio competitivo y el empleo por debajo del que estaría dispuesto a ofrecer el monopolista del producto.
Ambos mercados están pues regulados o pueden ser interpretados como tales. El mark up del distribuidor está legalmente fijado y la fuerza negociadora del sindicato de trabajadores del campo depende de la regulación de los convenios colectivos.
Vale pues este mundo «zanahorio» para preguntarnos cómo deberíamos desregular esta economía para hacerla menos «zanahoria» y más movidita.
Podríamos pensar , en primer lugar, que lo mejor es empezar por el mercado de trabajo, tal como pensaba Thatcher y siguen pensando todos los empresrios. Si así fuera encontraríamos un mercado con menos capacidad de negociación por parte del sindicato y, en consecuencia, con un menor salario real y un mayor empleo que antes. Con el tiempo, sin embargo, las mayores rentas del distribuidor redundarían en una bajada de guardia por su parte cuando llegue la nueva negociación colectiva y en una vuelta a un salario real mayor y a un empleo menor. La desregulación del mercado de trabajo es self-defeating en mi economía zanahoria.
Pesemos en la otra alternativa. La desregulación consiste en rebajar el mark-up lo que disminuye las rentas monopólicas. Esto es equivalente a incrementar la producción y, al mismo tiempo, aumentar su agresividad negociadora frente al sindicato. Esto dará origen a una disminución del salario real y posiblemente a un aumento del empleo. Esto a su vez rebaja el mark-up efectivo y así comienza una nueva ronda en favor del empleo y de la producción. Esta estrategia no es self-defeating como era la estrategia alternativa.
El economista profesional que lea esto sonreirá paternalmente pues sabe muy bien que cada una de mis afirmaciones depende de muchas cosas como, entre otras, elasticidad de la demanda, costes de entrada o formas institucionales de negociación. Todo esto está en el artículo citado y quien quiera puede satisfacer su deseo de precisión teórica. Sin embargo a mí me basta con esta pequeña historieta para desplazar el foco del mercado de trabajo al de la distribución.
Es decir, es posible que desregularizando la distribución alimentaria mejoremos el comportamiento de la economía en mayor medida que desregularizando el mercado de trabajo.
Quizá María Paz Espinosa que no está a dieta y es muy capaz, así como jóven, recoja este cambio de foco y podamos escribir otro atículo sobre la Economía Política de la deregulación que sirva como continuación del que apareció hace unos días en EXPANSION.
Incluso, siendo ambiciosos podríamos explorar las consecuencias de un estudio minucioso de este problema como el ofrecido por Blanchard y Gavazzi. Consecuencias que como decía más arriba son no solo intelectuales sino también políticas.