En los EE.UU. de América, cada estado tiene su árbol y su flor identificadora. En España la cosa es más complicada.
Por un lado tenemos que el espíritu español por excelencia se encarna en el toro, una fiera que cuando salta al ruedo da miedo y sigue dándolo hasta que le castigan inmesiricordemente. Pero es un animal ciego que puede matar intencionadamente pues está hecho para la lucha.
Pero por otro lado surgen los símbolos identificadores de las nacionalidades históricas.
En Cataluña ha aparecido el burro y hasta donde yo sé no representa en absoluto el espíritu de este pueblo en cuanto a la presunta simpleza del pollino, aunque quizá fuera verdad que, de matar, este pueblo lo haría como por error y mediante una coz.
Y ahora aparece la oveja lacha como signo diferencial de lo vasco. Este animal no mata, ni a posta ni por error, lo que está bien como declaración, pero la oveja se deja matar como victima propiciatoria y, la verdad, tampoco es eso.
No estaría mal que nos dejáramos de tratar de simbolizar el espíritu de los pueblos o Volkgeist mediante una simplificación animal.
Pero resulta que la simbología animal igual sirve para distinguir distintas reacciones a la crisis financiera de este agosto.
Hay quien cree que el boom que la precede es como un toro y que los reguladores deberían encontrar formas de castigarlo para que no mate.
Pero también los hay que creen que el mundo del mercado es como un asno que dispara las coces de manera aleatoria y que, dada esa característica, mejor no hacer nada.
Y finalmente hay quien busca alguien a quien castigar, un corderito pascual, sea la naturaleza gregaria del ser humano, sean las agencias de rating o la ambición de los traders.
Contra esta última reacción me parece aleccionadora la pequeña y humilde homilía de hoy