El problema de poner precio a los servicios no se limita a la electricidad. La tarificación es un problema general que pone en juego ideas económicas básicas. Cualquier texto de Economía Industrial dedica al tema un espacio considerable. Entenderán por lo tanto mi sorpresa ante las formas mal definidas y de aluvión que se utilizan cuando se trata de tiempo de uso de una gran instalación científica.
No es este el lugar para una clase de teoría económica; pero quiero aprovechar la ocasión que me brinda la comparecencia del M º de Industria ante la correspondiente comisión del Cogreso para hacer un paralelismo sencillo.
Ante la necesidad ya antigua de acomodar las tarifas eléctricas a los costes y previendo la conveniencia de hacerlo de manera equitativa para usuarios de un nivel de renta bajo, se va a instrumentar una tarifa social, al tiempo que se elimina la tarifa nocturna más reducida.
En principio el sistema tarifario debe cubrir los costes. No parece haber razón para cobrar menos a ciertos tipos de experimentos (los de gran calidad por ejemplo) de la misma forma que no hay razón para subvencionar aquellas actividades que se hacen por la noche a no ser que en esas horas entren en funcionamiento generadores poco costosos, cosa que no tiene analogía en una instalación científica. Luego, en principio, se calcula el coste horario, no se añade nada, pues no tiene porqué haber beneficio, y se factura de acuerdo con el tiempo de uso.
Cabe, por seguir con la analogía, una tarifa social para aquellos usuarios que, por las razones que sean, tengan poca «potencia». Es decir, si algún país no cuenta con una familia de usuarios equilibrada, o es deficitaria en alguna rama,, puede beneficiarse de un precio reducido por el uso, subvención ésta que tendrá que ser financiada por los demás.
¿Porqué habrían de hacerlo? Porqué conviene a todos que la familia científica crezca. De esta forma se iguala poco a poco la capacidad científica y tecnológica de los países y se potencia la competencia, algo que conviene a todos.