Ayer ví el programa Madrid Opina que, como no podía ser de otra manera, se centró en la dclaración de ruptura de una tregua ya rota y en el que actuaba como invitado Javier Pérez Royo.
Su soledad en ese debate me evocó sentimientos semiocultos que ahora me permito aflorar tangencialemente bajo el disfraz de un comentario sobre un debate periodístico reciente.
En efecto, el pasado 22 de mayo el filósofo Savater arremetió en el diario El País contra Pérez Royo acusándole de ponerse de parte de delincuentes. Decía allí el filósfo refiréndose a Pérez Royo:
Con la misma elocuente vehemencia con que otrora justificó a quienes iban a las puertas de la cárcel de Guadalajara para hacer la ola a los condenados del GAL, hoy denucia que se está imponiendo la liquidación electoral de 150.000 o 200.000 ciudadanos…a los que se priva en la práctica del derecho de sufragio.
Pérez Royo respondó el 1 de junio en el mismo periódico anunciando que Barrinuevo y Vera van a ser poco menos que reivindicados en su honor por el tribunal de derechos humanos de Estrasburgo porque fueron condenados sin pruebas violando la presunción de inocencia y reafirmando la inconstitucionalidad de la ley de partidos y la imposibilidad constitucional de que alguien no condenado en firme pueda contaminar ninguna lista.
Le agradezco a Pérez Roy su explicación in extenso pues esa era precisamente una de las cosas que el otro día yo afirmaba no entender. Pero este, tal como he dicho, no es el objetivo de este breve comentario sino que éste pretende ser una breve meditación sobre la influencia que en mí ha tenido Savater.
Este pensador ha pasado de jóven rebelde a irritable gargantua.
El jóven rebelde me encandiló precisamente por su elogio de la crítica negativa. No había que ofrecer soluciones constructivas, sino ser capaz de decir que no ante soluciones viciadas. El hombre maduro que se lanza a la práctica política me puede llegar a admirar, pro no me encandila porque ha perdido su capacidad crítica y admite, a diferencia de Pérez Royo, el gato que nos quieren dar por liebre.
Su valentía cívica no puede evitar mi nostalgia del rebelde. Lo mismo que el hijo de aquel padre de Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta que, una vez superado un episodio de desvarío mental, se lanza a un viaje en moto con ese hijo y se da cuenta que el padre que el hijo añoraba era el desvariado, no el profesor sensato.
Y ese es el Savater que yo echo en falta, el que en su día podría haber jugado el mismo papel que ayer tuvo que jugar Pérez Royo en Telemadrid.
Ya ven qué cosas.