Rodrigo Rato deja la presidencia del FMI dos años antes de que expire su mandato y lo hace por razones exclusivamente personales.
En el editorial que hoy le dedica El País contrasta su actitud política con el maniqueismo tabernario de Zaplana o Acebes y con el desparpajo populista de Aguirre. Sin embargo no encuentra una buena etiqueta para la figura de Rato.
Les ofrezco una por mi cuenta. Rato representa la desvergüenza satisfecha. Que su huida demuestra poca vergüenza parece obvio a no ser que las razones personales sean muy serias y no imagino ninguna de esa envergadura compatible con la buena cara que muestra. Deja mal a Europa, a España y, desde luego, a su partido que no sé de qué se ríe.
Visto retrospectivamente, en efecto, uno puede sospechar que ésta ha sido siempre su actitud: mezclar lo público y lo privado. Y visto como activo electoral paraece muy vulnerable pues la crítica es obvia y eficaz.
Y en cuanto a lo contento que está de haberse conocido me parece que sus logros no son para echar cohetes y sus ideas ni son suyas ni son nuevas. Si hubiera perseverado y hubiera conseguido, por ejemplo, modificar las cuotas y el poder de voto en la institución que presidía, entoneces sí que podría estar satisfecho, pero de momento hace pensar que juega con cosas muy serias para su propio divertimento.
Todo esto está avalado por su lapsus freudiano cuando contesta que no se va a dedicar «ni a la política ni al ballet ni a nada». Lo del ballet es significativo y recuerda al Rex Harrison de Mujeres en Venecia. Quienes en el fondo siempre hemos querido dedicarnos al ballet mostramos, creo yo, un extraño deseo de no pesar, de ser invulnerables en la puesta en práctica de nuestros deseos, por caprichosos que estos sean.
No tengan ninguna duda que R.R. hará lo que le de la gana sin remilgo ninguno.