Se trata de un poema de Joaquín Sabina que escucho sin parar, obsesivamente, en la voz de esa descarada y desgarrada María Jiménez.
Que el malo no era él, que esa vez «quería quererla querer». La traducción es obvia; nuestro personaje deseaba quererla amar. No la amaba; pero él hubiera querido estar en esa situación, previa al enamoramiento, en la que uno lo que desearía es amarla para poder pedir sexo con palabras creíbles.
No es dificil descifrar el juego de palabras del poeta; pero la traducción no tiene ninguna gacia y el poema sí. Quizá por el aliento poético del desvergonzado poeta; quizá porque se necesita de esa desvergí¼enza para ser vehículo del lenguaje, fiel escudero de sus aventuras, sanchopanza de un loco donquijote incontrolable.
Quizá un poeta de verdad, como cualquier místico que no sea de pacotilla, no es sino como esa hormiga que es utilizada por un virus específico que le ataca al diminuto crebro y le hace trepar sin descanso hasta el pico de una liviana hoja de hierba desde la que cae solo para volver a trepar. Quizá la hormiga no está loca, sino que persigue su destino de vehicular el virus hasta el estómago de un mamífero que pasta en ese campo y que es el gran útero reproductor del virus.
Este ejemplo que ofrece Daniel Dennet en su último libro, Breaking the Spell. Religion as a Natural Phenomenon (Allen Lane, 2006), es una magnífica manera de entender cómo el leguaje nos utiliza, es decir se recrea a través de nuestros humillantes intentos de expresarnos verbalmente.
Lo mismo que decía el otro día respecto al «viendo a ver» de la Ministra de Educación.