Ya les anuncié ayer que hoy volvería con las puntualizaciones que merece el post de David que me coloca al lado del Papa.
Hay en el post de David de Ugarte varias cuestiones, todas ellas de interés. Interesante es el excursus inicial sobre los neocons;los comentarios sobre las monarquías del antiguo regimen son perceptivos y clarificadores y la presunta relación entre la mera descentralización del un estado medieval y las necesidades del mercado realamente polémico.
Pero lo central de ese post son dos cuestiones: la de la identidad y la de la supervivencia del Estado.
Sobre la primera lo mejor que puedo hacer para puntualizar lo que lengua, territorio y destino significan como configuradores del imaginario colectivo y para precisar cómo ese imaginario condiciona nuestra individualidad personal, e incluso la forma de alcanzarla, es leer con atención lo que esribí hace ya muchos meses.
Concentremos pues la atención en la presunta imposibilidad de un Estado ciudadano. Parece que ambas nociones serían contradictorias pues el estado exige para su existencia real una trascendencia que la ciudadanía no puede integrar so pena de dejar de ser tal. Lo que el Estado exige es justamente ese imaginario colectivo que, entre otras cosas, exhibe un «pensamiento moral que aglutina la nación y da rumbo al estado». Sin él el Estado desaparecería comido por la comunidad real conformada por los ciudadanos que están en red (distribuída) y que , por lo que sabemos, no puede ser muy numerosa.
Mi puntualización principal llega en este momento preciso. ¿Cual es la distancia media entre dos nodos cualesquiera de una red que permite hablar de una comunidad real? Según los Six Degrees de Duncan Watts, los estudios empíricos parecen estimar esta distancia en 6 pasos y quizá ésta sea demasiado grande como para que podamos prescindir del Estado y, en consecuencia, del constructo místico de la Nación que le da soporte. Pero tal como ya sabemos los economistas desde hace mucho tiempo, gracias a Alan Kirman, cuanto más grande es la cardinal del conjunto de personas del que hablamos menor es esa distancia media.
Si esto es correcto no deberíamos decir que estamos en un samll world, sino, más bien, que estamos en un big world y que es por eso que cada vez más a menudo encontramos conocidos comunes topemos con quien topemos.
Pues bien en un big world el Estado no sería necesario y podría ser sustituído por esa comunidad real que no necesita de la trascendencia ni de la esperanza sino que puede mirar a la realidad con ojos de pez que dan fe de que el nacionalismo asociado al imaginario colectivo es un paso en el camino hacia ella.
No se puede saltar pasos, no hay atajos, pero tampoco se puede hipostasiar como definitivo el Estado que para seguir siendo la cúspide de la evolución de la vida en común necesita esa esperanza que presupone la fe.