Cualquier cosa que venga de Irlanda me gusta y me emociona. Ya se me notaba este ramalazo cuando me enfadé sobre los avisos que dio Solbes a Eire desde Bruselas.
Y no por nada me dormía en la niñez muy niña arrullado por los cuentos de los irlandeses heroicos en su deseo de siglos de independencia y no por casulidad ocurre que mis primeros besos con intención ocurrieron en Bail Átha Cliath.
Así que nadie puede extrañarse de que disfrute de una película como ONCE, un musical fallido, una historia de amor desmadejado y un canto al amor que, como sabemos, es cosas de pobres y los irlandeses a pesar de su riqueza recién adquirida siguen siendo pobres en el buen sentido de la palabra.
Y junto a los sonidos de música de hoy están al fondo las baladas de siempre llenas de nostalgia, el alcohol ya, desgraciadamente, sin pérdida de conciencia y el mar de Killerny, county Kerry
Solo mencionaré dos detalles, justo los que me han hecho llorar. El padre que reconoce que su hijo es brillante y le echa de casa como quien dice para que haga su vida regalándole un dinero para el alquiler de un zulito en Londres. El hijo que usa ese dinero para comprar un piano a su amiga de la que se aleja.
Así son los pobres. Así era yo.