Hace un par de días escribía de espejos y hoy me pregunto si no será el psicoanálisis un ejemplo particular de este mundo de espejos.
No sé la respuesta; pero esta terapia inventada por Freud hace más de 75 años tiene una ventaja sobre los otros ejemplos que ofrecía en relación a la imposibilidad de diferenciar entre una cosa y su imagen o de diferenciar entre dos imágenes que pugnan por realizarse.
Su ventaja está en que rompió en su día el el nihilismo terapeútico que campaba por sus resetos en el Imperio Austohungaro.
Así llama Johnston, el autor de The Austrian Mind, ese ensayo al que hacía referencia el otro día, a un aspecto central de la decadencia de lo que creyó ser la culminación de la civilidad. Es una metonimia de esa capacidad que a la sazón mostraron los médicos de eternizarse en la precisión del diagnóstico y olvidarse de la curación.
Pues bien yo creo que estamos de vuelta en este nihilismo terapeútico. Nos debatimos hasta la extenuación en la diagnosis del terrorismo de uno u otro signo y a nadie se le ocurre hacer nada al respecto excepto poner el día a día de cada día patas arriba, además de hacer imposible un futuro aceptable.
Y sin embargo ya hay ideas suficientes como para imaginar soluciones de tipos muy diversos y como para saber si esas soluciones son artificiales o nos encaminamos hacia ellas, queramos o no