Las autoridades de la Comunidad Foral de Navarra parecen temer que el principio del fin de ETA pase por concesiones a la banda armada sobre la soberanía del territorio navarro. Y lo expresan, al igual que lo hacen políticos de partido, o que van por libre, diciendo que Navarra no será nunca moneda de cambio.
Lejos de mí el caer en la tentación de entrar en esa discusión que me recuerda a un jóven estudiante de francés, hijo de un amigo mío, que se paseaba voceando con gran autoridad impostada: «Je ne suis pas Chrarlemagne». Vale.
Sin embargo la expresión » moneda de cambio» siempre me ha gustado como ocasión para reflexionar. Uno de mis jefes actuales se ríe de este tipo de expresiones aparentemente redundantes ya que, dice, no sabría imaginar otra función de la moneda. Y, sin embargo, él sabe que yo, como supuesto experto en Economía Monetaria, sé bien que las monedas, y el dinero en general, sirven otros fines más allá del intercambio, especialmente si ese dinero no es fiduciario y se plasma en una moneda con valor intrínseco.
Esa moneda sirve también como depósito de valor. Durante la guerra civil mi padre compró oro, no sé si acuñado, y lo escondió en la huerta de un caserío. Hoy el oro y otros metales preciosos están por las nubes. Luego la expresión «moneda de cambio» no es tan redundante porque puede haber monedas que no estén ahí para ser intercambiadas.
Quizá sea el caso de Navarra. Quizá sea un gran depósito de valor. Y si lo fuera no sería de extrañar que fuera codiciada por unos y por otros. Por lo tanto el presidente de esa Comunidad Foral debería especificar que Navarra no es moneda de cambio y que como depósito de valor pertenece a los navarros.
Pero si dice esto estaría implícitamente exigiendo una soberanía «nacional» que no está reconocida en nuestra constitución, cosa que jamás haría Miguel Sanz.
Pero yo no quería hablar de política. Lo que quiero decir es solo que el mundo no va bien, que hasta Rato deja traslucir sus preocupaciones y que quizá es tiempo de comprarle una joya a su mujer o una gran cadena de oro a lo marbellí a su marido. Dios no quiera que sea como moneda de cambio en los tejemanejes de pareja.