Es el momento de contar esta historia de sapos ahora que Bachelet parece encontrar dificultades para su mandato precisamente en el sector del transporte público de la ciudad de Santiago que, de denominarse Transantiago, está pasando a ser conocido como transtortuga.
Pero la historia tiene también otras connotaciones interesantes que van más allá de la posible crisis de la coalición entre socialistas y democristianos, la Concertación, que ha gobernado el país desde el derrocamiento de Pinochet.
La de los sapos es una historia preciosa que me contó David de Ugarte después de su primera visita a Chile. Quizá yo no la recuerde con precisión; pero creo no desvirtuarla demasiado si cuento que los autobuses privados de transporte no tienen porqué tener un trayecto fijo; sino que llegados a un punto determinado de su línea, deciden cómo continuarla dependiendo de la situación de la demanda de destino que les comunique el delegado del empresario dueño de la flota.
Cuando me la contó pensé que se trataba de un perfecto ejemplo del Capitalismo que Viene. En una situación así todos los elementos de la competencia perfecta están presentes incluyendo el desprecio por los costes hundidos. En una situación así las posibles rentas originadas por la ventaja logística de un cierta línea se han disipado y se logra una asignación óptima pues, aunque algunos se quedarán sin poder volver a casa a la hora prevista, no podrían ser mejorados sin empeorar a aquellos otros que se han beneficiado de la respuesta instantánea de los autobuses que van dando saltos tan imprevisibles como los de los sapos.
Ya sé que, tal como he indicado, quedarán desatendidos ciertos destinos poco usuales y que la aparente locura se podría poner de manifiesto si pensamos lo que ocurriría en aeropuertos o estaciones de ferrocarril si aplicáramos la misma lógica. Pero esto es lo que trae consigo la verdadera competencia y la consecuente erosión de las rentas de situación o de otra naturaleza. Y no es tan terrible si reconocemos que lo natural sería paliar las disfunciones mediante modificaciones de los precios instantáneas tal como ya se hace en algunas líneas aéreas. Es porque esto no se puede hacer en el Transantiago que se modifican las líneas siguiendo la información que ofrece la demanda.
Podría pensarse que hay un cierto paralelismo entre esta historia y el gregarismo o hearding effect en general y en particular con los carritos de la compra inteligentes que te dicen qué se está comprando más en ese momento. En nuestro caso lo que se sabe es qué línea se está utilizando más en ese momento de forma que el conductor se lanza a cubrir esa línea altamente demandada. El paralelismo se agota en el hecho de que con las TIC podemos tener información instantánea de la situación de la marginal willingness to pay. Pero a partir de ahí todo son diferencias. No se trata, como en el caso del efecto gregario de utilizar la información que el comportamiento de los otros revela. Se trata de entender cómo funciona el mercado y cómo, ante la imposibilidad de modificar los precios sobre la marcha, es eficiente acudir allí en donde está la demanda, es decir modificar la cantidad.
Ignorar estos efectos colaterales de la regulación sería tonto. Si los precios no estuvieran regulados es posible que el «salto de la rana» de los autobuses de Santiago de Chile no solo fueran óptimos sino que, además, no dejaran desatendido del todo ningún destino en particular.
E incluso es posible que el Gobierno de Bachelet no estuviera pasando el mal rato que parece que le aqueja.
Un comentario final. Notemos que el hearding effect parecería contradecir The Wisdom of Crowds, mientras que nuestro fenómeno de los autobuses que saltan de una manera tan impredecible como lo hacen los sapos, es compatible con esa sabiduría de la muchedumbre que bien sabe dónde quiere ir.