Admiro a la ciencia y no sé porqué. Ciertamente no es por ninguna de las razones generalmente aducidas.
No me parece que la ciencia sea una búsqueda sofisticada y desinyeresada de la verdad. Es una búsqueda de reputación como inteligente que satisface mi ego, aunque este vicio privado pueda redundar en una virtud pública y me acerque a la verdad a través de mi irrefrenable egolatría.
Tampoco me parece que la ciencia sea condición necesaria para el desarrollo de esa tecnología que nos hace la vida más fácil e incluso más larga y más divertida. Muchos de los desarrollos tecnológicos se hubieran dado sin necesidad de ciertos y concretos avances científicos que pretendidamente los han hecho posibles. Es más, creo que, a veces, son los desarrollos tecnológicos los que han alentado una búsqueda de basamento que ha hecho evolucionar el corpus cietífico. Aunque, al final, no hay una distinción nítida entre los dearrolladores de tecnologías y las mentes elucubradoras que ubican ordenadamente las proposiciones haciendo pasar lo ordenado por lo profundo.
Ni es la ciencia, creo yo, un ejemplo de cooperación a pesar de que el sistema de ciencia abierta ha desarrollado un sistema de compartir resultados sin secretos ni problemas de propiedad intelectual. Y no es ese ejemplo de trabajo cooperativo porque, aunque no quepa el secretiso ni se permita la patentabilidad de los resultados básicos, la aparente cooperación encierra toda clase de trampas para fingir resultados o para hacerse con ideas ajenas.
Ni representa la ciencia la competencia en estado puro. Hay como en ningún otro campo de la actividad humana un florecimiento inusitado de actividades de «rent seeking» que tienen éxito y configuran verdaderas famas inmerecidas por medio de ocultamientos torticeros de verdaderos resultados revolucionarios que solo los muy buenos pueden detectar; pero que si lo hicieran les desplazarían de su posición privilegiada en relación a fama o dinero. Aunque quizá en este campo más que en ningún otro sean las rentas realmente efímeras.
Y de ninguna manera admitiría que es la ciencia una especie de sacerdocio laico tal como querría la imagenería popular que, en este punto, pretende hacernos mirar al científico como un artista pobre y solitario que solo vive para su visión, posiblemente celestial, aunque no digo que no haya muchos de estos tipos iluminados en el campo de la ciencia.
Y entonces ¿por qué admiro la ciencia o a los científicos? Pues porque la ciencia es un esfuerzo hercúleo necesariamente frustrante frente al que sus practicantes no se arredran. Porque los científicos tienen obsesiones más bonitas que las que atormentan a otros. Porque es más divertido charlar con un científico que con un contable digamos, o con un notario o con un dentista y porque se parece bastante a la conversación con un banquero de inversiones que disfruta imaginando el mundo del revés.
Y en general, respeto y admiro a los científicos por todos los aunques que han aparecido en los párrafos anteriores. Pero no por cada uno de ellos sino por el conjunto de todos ellos.