Su figura aparece en uno de los ingenuos frescos que adornan el Wachovia Bank en la Lincoln road de Miami Beach. Al verle allí recordé una sesión dedicada a las relaciones entre el liberalismo y el nacinalismo en la que participé a finales de Julio en El Escorial junto con dos colegas. Uno de ellos, Jesús Huerta de Soto, es hoy vicepresidente del Montpelerin Society y me produjo placer oir su defensa encendida, aunque condicionada, del derecho de autodeterminación ante una audiencia convencida de antemano y conformada básicamente por sus propios estudiantes.
Pues bien, creo que no miento cuando doy fe de que en el coloquio quedó claro que este presidente de los EE.UU. de América era una especie de bestia negra para esta audiencia entusiasta de la Escuela Austríaca de Economia.
Dediqué parte de mis vacaciones a leer un librito que, junto con otros más gruesos, me envió como obsequio el profesor Huerta de Soto. Se trata de una muy clara exposición de los principios que definen la manera de entender la Economía de esa Escuela Austríaca, de las diferencias irreconciliables con la Escuela Neoclásica y de los principales errores de ésta, así como del futuro de los nuevos desarrollos de una aproximación que se encontraría tan viva como siempre.
De todo ello merecerá la pena hablar más despacio; pero ahora quisiera volver a la fobia que los discípulos de Huerta de Soto parecían sentir contra el Presidente Lincoln, un icono americano incluso, parece ser, en la conservadora Florida, una fobia que ahora entiendo mejor después de mi lectura veraniega a la que me acabo de referir.
Entiendo que la razón de esta fobia que tanto me extrañó en su momento radica en que este Presidente ganó la guerra de Secesión derrotando al Sur, cuando eran los defensores de ese Sur los verdaderamente anti-intervencionistas, los que creían en la bondad del hombre y habrían acabado liberando a los esclavos porque ya empezaban a no salir rentables, tal como mostraron hace treiticinco años los fundadores de la Nueva Historia Economica que, como Vogel, examinaron con cuidado los detallados documentos que se podian encontrar en las plantaciones debido, precisamente, a que los señores del sur eran asimismo unos devotos contables.
En cambio los yankis eran, en opinión que intuyo austríaca, unos intervencionistas, unos expansionistas, unos inclusivistas y utilizaron la cuestión del esclavismo como una mera excusa para sus ambiciones artificialmente constructivistas.
Creo que hasta aquí entiendo la razón por la que los discípulos de la Escuela Austríaca podrían muy bien despreciar a Lincoln, e incluso siento cierta simpatía por los que no olvidan las derrotas; pero lo que se me escapa es la consistencia de esa opinión con lo que me parece es el rasgo definitorio de esa Escuela Austríaca que, no olvidemos, está asociada al catolicismo en un imperio austro-húgaro que se deshace y en el que los intelectuales eran judíos en una gran mayoría.
Es en efecto caraterístico de esta escuela tener una especie de fe en «lo natural» por lo que estoy autorizado a pensar que, para ellos, Lincoln es lo no natural o incluso lo antinatural. Es en este punto donde cualquiera que se acerque al pensamiento austíaco comienza a rascarse la cabeza. Porque ¿qué es «lo natural»?, ¿es quizá aquello que dice el derecho natural que es lo natural? Pero entonces, ¿quién valida ese derecho natural? Quizá el Papa; pero ¿es el Papa natural? Si lo fuera ¿no podríamos decir lo mismo de Lincoln?