La Nicolasa era una magnífica casa de comidas del San Sebastián anterior a la estrellas Michelin. La Nicolasa de Madrid, justo debajo de un restaurante de fusión que toma su nombre de las cercanas instalaciones del antiguo NO-DO, pretende ser una copia de aquel restaurante mítico que casi hacía esquina con el Boulevard donostiarra.
Pero no tiene nada que ver. La comida está bien ; pero lo que es realmente diferente son las lámparas que iluminan el comedor central. Son dos grandes lámparas de techo para cuya descripción se necesitaría un semiólogo serio.
Cada una de ellas está formada por una sirena que flota en el aire con una cornamenta de ciervo como proplongación del pelo púbico que tendría si no fuera sirena y de cuyas puntas salen como unas velas que sustentan las bombillas de luz amarilla protegidas por pantallitas que tamizan lo que no es necesario tamizar.
Ese comedor así decorado quiere ser el camarote de popa de un barco de la armada inglesa que costea Trafalgar; pero la cornamenta le hace parecerse a un pabellón de caza de un rey portugués. Una mezcla imposible que hace de este restaurante madrileño totalmente recomendable un ejemplo a conservar de un gusto ecléctico que merecería aparecer en las guías para turistas.
¿Qué habría dicho Susan Sontag al respecto? No se trata del gusto camp que tan bien retrató en un maravilloso artículo de La Revista de Occidente que atesoro como uno de los valores más firmes de mi patrimonio. Es algo kitch, pero no sabría ser tan inteligente como la Sontag y caracterizar lo que esas sirenas, que uno imagina atareadas en confundir a Ulises, representan en el orden del gusto.
Merecen una tesina.