En uno de los últimos posts, el de «El arqitecto es la estrella», está todo lo que tenía que decir sobre las distorsiones que la sociedad del espectáculo produce en la remuneración de profesionales que pueden ser clasificados como estrellas y los que , por diferenciarles de alguna manera, llamaríamos de «segunda división».
El pasado domingo me ratifiqué en las ideas que allí presentaba al visitar la exposición temporal del museo Thyssen-Bornemisza, De Cranach a Monet, un aparte de una colección particular de un coleccionista mejicano.
Me ratifiqué, esto es, en que, en esta sociedad del espectáculo en la que podemos ver a menudo lo que nuestros antepasados nunca pudieron soñar en observar directamente, las obras bellas, pero de segunda división según la FIFA del arte, pasan desapercibidas, su diferencia no se percibe y sufre la diversidad.
El museo estaba a desbordar, y las tribus de turistas se agolpaban ante los cuadros de los grandes nombres. Las obras de pintores menos conocidos se podían observar de cerca y los escasos prerrafaelitas no estaban ni siquiera diligentemente cuidados por los vigilantes. Supongo que es hasta razonable pesar que «para quince minutos que voy a dedicar a la contemplación de la exposición no los voy a perder ante un rostro turbador de un tal Rossetti».
Y así los coleccionistas siguen atesorando obra de Cranach, Canaletto,el aduanero Rousseau, Cezzane o Monet, paseando una mirada desinteresada sobre pinturas de las que podríamos aprender mucho.
Por ejemplo, y dando un giro final al argumento, podríamos aprender que, a veces, lo que cuesta no vale y que otra veces hay un valor enorme, econdido y por descubrir en algo que se hizo con la facilidad con la que un niño da un volatín.