Ayer me acosté muy tarde siguiendo los diversos programas televisivos que pretendían analizar la sentencia del 11-M. He dormido fatal pues se me acumulaban varios problemas en el coco. En concreto tres: uno lógico, otro epistemológico y finalmente un problema ético. Pasaré de prisa sobre los dos primeros.
El lógico es insoluble. Los que mantienen que no se sabe toda la verdad tienen toda la razón. Lo que ocurre que están pidiendo implíciamente un imposible. Para saber toda la verdad tendríamos que ser capaces de probar que alguien, cualquiera, un tal Mr X, no ha hecho nada en Atocha en el 11 de marzo del 2004. Y esto es en multitud de casos imposible pues no se puede probar lógicamente una proposición negativa. No podemos probar, por ejemplo, la no existencia de Dios.
El problema epistemológico tiene más enjundia. ¿Cómo sabemos que sabemos toda la verdad? Para empezar no etá claro a qué nos referimos por la verdad. Quizá la verdad en sentido de correspondencia con una presunta realidad ( que tampoco estamos seguros de conocer), quizá la verdad como coherencia con lo que cremos es la verdad hasta ahora. Hay maneras de discutir esto; pero no me demoraré en ellas. Lo intereante es que ahora no solamente algunos quieren saber (que es lo que querían los malvados que rompieron el respeto al día de reflexión el 13 de marzo, empezando por el candidato de un cierto partido), sino que quieren saber nada menos que toda la verdad. Saber la verdad es un deso encomiable aunque dificil tal como se insinúa en el párrafo anterior; pero además saberla toda es un desideratum simplemente enfermizo. Los hombres no tenemos más remedio que vivir sin estar seguros de, por ejemplo, la existencia del purgatorio. La epistemología es interesante precismente por esta impsiblidad que solo permite un acercamiento deficil de medir.
Pero lo que realmente resulta angustioso es el problema ético planteado por la autoría intelectual o inducción a la comisión de los delitos múltiples de los que hablamos. No sabemos quien fue el autor intelectual del 23-F, no sabemos quien era el Sr X de la instrución de D. Baltasar del asunto del Gal y me temo que nos vamos a quedar sin saber quien o quienes son el o los autores intelectuales de la matanza de Atocha. Pero no setrata de la desgraciada finitud de la naturaleza humana. Se trata de que, como dijo Iñaki Gabilondo en Cuatro, la pregunta no tiene sentido para una organización que funciona en red. En una socedad así no hay una pirámide de decisiones en cuya cúspide estaría EL autor intelectual, sino que hay conexiones múltiples y fragmentadas que en ningún caso podríamos tratar de reconstruir en un autor intelectual o en un clique de autores. Estos ejercicios crueles y genocidas son como un rito de paso realizado para obtener el marchamo de algún nodo de la red que conforma el yihadismo islamista.
Pero es que aunque no supiéramos lo anterior la búsqueda del autor puede ser infinitamente larga pues no hay duda de que cualquier profeta del pasado igual ha tenido algo que ver a través de una historia preñada de influencias indirectas. De ahí que este slogan de la autoría intelectual deba tomarse como una invitación a mirar una tragedia como si fuera una novela de Agatha Christie en la que el asesino es sorprendentemente el propio narrador o como algunas de aquellos ejercicios en lógica de Conan Doyle en los que su Sherlock Holmes concluía irrefutablemente que el asesino había sido él. Pues bien, después de toda una noche de pesadillas estoy empezando a pensar que igual he sido yo el autor intelectual. ¡Qué angustia!
Que Dios se apiade de las víctimas, especialmente de las vivas.