He leído en un periódico de hoy que ha muerto Frankie Lain y su recuerdo me ha sumido en una dulce nostalgia.
He recordado lo importante que fue en mi casa el primer tocadiscos portátil. Había ya nacido el microsurco (que hoy llamamos vinilo) y en estos tocadiscos se podían hacer sonar aquellos vinilos de 45 que tenían un agujero de gran diametro en el centro y en los que, para que giraran correctamente, se hacía necesario un adminículo redondo que rellenaba el agujero.
Este invento facilitó mucho la celebración de aquellos guateques de los años cincuenta a los que mis hermanas acudían, supongo. Les recuerdo con sus falditas amplias y los chalequitos con manga currita como las portoriqueñas de West side Story.
Yo no tenía la edad para esas cosas; pero escuchaba la música del momento y reproducía los sonidos del inglés sin saber lo que decía. Más adelante me ocupé de recupera aquellas letras y confieso que parodio a menudo a Franki pensando que , si alguna vez me veo obligado a acudir a un karaoke, pediré que me pongan una de sus canciones.
Una hermana, la más enamoradiza, se extasiaba con una canción cuya letra decía: You can gamble for matchsticks, you can gamble for gold but if you haven ´t gambled for love and lost you you haven ´t gambled at all. Es lo que podríamos llamar, en beneficio de los epistemólogos, una verdad de Big Band.
La otra hermana, más mística, me cantaba lo de I Believe: every time I here a new born baby cry, or touch your lips, or see the sky I have no words I just believe. Ya ven las emociones como fuente del saber sin palabras.
Ah! Qué años aquellos! Ya nadie cree que el amor es un juego al que se puede apostar ni nadie de los que yo conozco piensa en nada trascendente cuando ve crecer una flor.
Que quieren que les diga, me parece que hemos mejorado.