En un post ya antiguo les dije que tengo poderes para ejercer como esperto en fisiognómica.
Hoy me dedicaría a la morfopsicología si quisiera ganar dinero; pero no me interesa tanto la relación entre la fisonomía y el caracter sino el simple parecido. Y si, además, el carácter es distinto tanto mejor.
Mis poderes se han visto potenciados estos días debido posiblemente a la dieta rigurosísima a la que estoy sometido. Y así se me llena la cabeza de parecidos más que razonables.
En una cena veraniega de hace un par de semanas reconocí en mi amigo Luis Oro, investigador de primera división, la misma expesión labial que la que exhibe el catedrático y publicista Roberto Centeno. Ambos son avaros de sus ideas que siempre son completas y definitivas. En mi opinión correctas en el primer caso y dudosas en el segundo.
En un curso de verano de El Escorial me dí cuenta de que el perfil izquierdo de Jesús Huerta de Soto es muy parecido al mismo perfil de Daniel Peña. Ambos me parecen poco propensos a dejarse atrapar por la duda y eso se nota en la mándíbula.
En el Matadero de Madrid me enamoré instantáneamente de Elisabet Ros, una de las primeras bailarinas del ballet de Maurice Béjart, una pelirroja con piel de leche que es igualita a Maite Pagazaurtundúa.
Y finalmente, ahora que la cara se me está alargando por lo de la dieta, he vuelto a reconocerme en Chillida. Los dos somos guapos a lo vasco y, lo más importante, a los dos parece unirnos un extraño y desfasado gustillo por la metafísica.