Hace unos días escribí en EXPANSION, junto con Juanjo Dolado, un comentario sobre el último premio Nobel, otorgado para sorpresa de muchos a Edmund Phelps, profesor de la Universidad de Columbia. Era un candidato eterno del que nadie parecía acordarse este año en las porras que proliferan en estas épocas otoñales.
El articulito con Juanjo era de esos que hay que escribir el mismo día que se anuncia el galardón por lo que no admitía comentarios más personales. Hoy me gustaría ofrecer aqui los míos, unos comentarios evocadores que me retrotraen a épocas de juventud.
El galardón que se otorgó a Edmund Phelps es una alegría para los economistas de mi generación y una esperanza para setentones. Verán porqué.
En años pasados me he quejado sucesivamente de que no le concedieran a Auman el Nobel cuando se lo dieron a tres teóricos de los juegos no más importantes que él y de que se olvidaran de Radner, un pionero, cuando se lo concedieron a los tres mosqueteros de Economía de la Información. El primer error fue remediado más tarde, pero el segundo no lo ha sido todavía.
La discusión acerca de quién lo merece, si el pionero o si el que redondea y profundiza las ideas de otro, es una discusión eterna posiblemente sin respuesta definitiva. Sin despreciar a este último, especialmente si redondea o profundiza bien, yo apuesto por el querealiza trabajo seminal. Pues bien, Phelps tiene trabajos seminales, pero nadie parecía acordarse.
Sin embargo los economistas de mi generación, interesados en teoría del crecimiento y en Macroeconomía nos acordamos de lo mucho que lo leímos a principios de los 70 cuando elaborábamos nuestra propuesta de tesis doctoral. Por un lado estaban su aportaciones a la teoría del crecimiento , solo o con Drandakis, aportaciones que fueron cruciales para entender el sego del progreso tecnológico y la regla de oro de la acumulación, artículos que, incidentalmente, revelaban una manera de escribir alegre y bella.
En aquella época, sin embargo, su nombre se asociaba ya al de Milton Friedman y a la critica de la ingeniería macroeconómica basada en lo que parecía una regularidad en la que apoyarse, la famosa curva de Phillips que relaciona negativamente la tasa de desempleo y la inflación de salarios (en el trabajo original de Phillips) o de precios . El secreto estaba en las expectativas incluso antes de la revolución de las expectativas racionales. Basta con que éstas sean adaptativas, es decir basta con suponer que vamos aprendiendo de nuestros errores, para que haya que distinguir los efectos de una política anticíclica a corto y a largo plazo y se empiece a dudar de las posibilidades de la Política Económica.
Ahora ya sabemos que largo plazo, o incluso a corto si las expectativas son racionales, las autoridades económicas no nos podrán seguir engañando de forma que no podremos «comprar» empleo a base de inflar la economía sea a través del Política Monetaria o de la Fisacal. Friedman ya tuvo su Nobel hace muchos años y los refinadores posteriores de esta idea también lo han tenido hace pocos años ( Lucas). Es como si los hoy setentones estuvieran encerrados entre sus padres y sus hijos.
Mi generación recuerda también que fue Phelps el que nos guió a través de lo que entonces se llamaban los microfundamentos (de la Macro). Esta, la Macroeconomía, no debería seguir siendo una maquinita simple como un cubo de Rubic, sino que debería generar proposiciones coherentes con las maneras de entender el comportamiento de los agentes individuales lo que, de paso, permitiría alumbrar proposiciones de bienestar. Editó, en efecto, un famoso libro en el año 70 que yo recuerdo haber leído con frución con fruición y en el que, además de él mismo con sus historias sobre las islas separadas entre las que la información no fluye instantáneamente, escribían autores como el citado Lucas ( quien casi inmediatamente se aprovecharía de esta idea) y el que este año era mi favorito en las porras, Dale Mortensen que presentaba un modelo para mí nuevo del mercado de trabajo centrado en la búsqueda de empleo. De las páginas de aquel libro surgieron muchas ideas renovadoras sobre el mercado de trabajo o sobre problemas informacionales así como cierto apoyo a posibles ideas de desequilibrio ( asociadas a la modelización de los precios como fijos a corto plazo) en algunos mercados cruciales como el de trabajo y que explicarían en parte la idea de la famosa tasa natural de desempleo. Ideas todas estas que, a su vez, acabaron poniendo en juego no pocas políticas microeconómicas al tiempo que subyacen a la Nueva Economía Keynesiana.
Phelps fue desde entonces un autor prolífico; pero muchos de los seguidores de sus intenciones lo hicieron tan bien que le quitaron el premio Nobel. Por esa razón que lo gane ahora es un desquite para los setentones que se podrían creer olvidados y postergados.
Hace relativamente pocos años publicó un librito corto, resultado de unas conferencias, en el que describía siete maneras de intentar seguir creando ideas en la macroeconomía. Era su manera de decir que la disciplina no estaba cerrada a pesar de que ciertas maneras de mirarla, que también han tenido su reconocimiento, como en el caso de Prescott, no son necesariamente las únicas maneras de pensarla. Quizá por eso pudiera aplicarse a la macroeconomía lo que Pheps contaba con humor de sí mismo en un chiste que ya mencionamos Juanjo y yo. Se ponía en el lugar de un cantante de ópera que agotado de bisar una cierta área pidió respiro al público solo para escuchar desde el gallinero una potente voz que le exhortaba a seguir cantando hasta que lo hiciera bien.
Phelps, después de sus primeros éxitos siguió cantando y, cuando ya algunos se habían olvidado de él, vino a decirnos que deberíamos seguir cantando hasta que hagamos bien nuestros deberes macreconómicos. Yo me quedo con esta admonición y me alegra que alguien que parecía olvidado, atrapado entre sus padres y sus hijos, haya tenido su reconocimiento. Una esperanza para setentones