Mejor que no hubiera una asignatura así, sino que su contenido se difundiera mezclado con otros contenidos curriculares que no pueden evitar hablar de ello como serían, por ejemplo, la filosofía, la historia, o la biología.
Naturalmente pienso lo mismo de aquellos contenidos éticos que suelen acompañar a la enseñanza de la religión.
Y respecto a ambas creo que son los padres los que debieran responsabilizarse de la transmisión de los valores sin delegar en otras instituciones esa tarea delicadísima. Porque los padres renuncian al ejercicio de su responsabilidad nos encontramos con aprovechados que pretenden arreglar la mala conciencia que les aqueja precisamente por esa dejadez.
Ahora bien, si ya se ha votado en el Parlamento que una de esas dos asignaturas, Religión y Ciudadanía, es opcional y la otra obligatoria poco más hay que decir. Algunos creen que cabe la objeción de conciencia como cabría, por ejemplo, en el caso de un funcionario de prisiones reconvertido en verdugo en un país que instaura la pena de muerte.
Pero el caso es distinto pues en el caso de ese verdugo el que puede objetar es una persona y en el caso de la Educación para la ciudadanía es un colegio, es decir sus propietarios, sin consulta con sus profesores. Como en este caso esa institución podría perder su habilitación para enseñar, la patronal mayoritaria de la enseñanza católica se ha apresurado a decir que no objetará, máxime cuando se pueden adaptar los contenidos.
Sin embargo la jerarquía pone el grito en el cielo y llega a denunciar, por boca de su inefable potavoz, que la educación para la ciudadanía representa el mal. Debe referirse a lo que concierne al sexo y específicamente a la homosexualidad y los tipos de familia.
¿Por qué esta obsesión?