Los esfuerzos partidistas por derivar de sus principios la postura a adoptar en estos asuntos transversales y propiamente culturales son patéticos pues no es posible hacerlo. No es que haya un toerema que lo demuestre; pero me parece que un poco de retórica basta para admitirlo.
Ser de derechas no significa ser corrupto o capturador del regulador; ni tampoco tragarse el revisionismo histórico, ni recelar de las nuevas tecnologías, ni ser antiabortista, o ser homófobo, jacobino centralista o retardatario científico, o ser teista o enfocar las relaciones internacionales con realismo cínico y la lucha antiterrorista a partir de principios inamovibles. Entre los de derechas (o que así se consideran), las opiniones sobre cada uno de estos asuntos están, como es natural, divididas.
Lo mismo se podría decir de las izquierdas (o de los que se consideran como parte de ellas). Y sin embargo y a pesar de esta simetría, parece haber unanimidad en pensar que son las izquierdas las que han perdido sus señas de identidad y se han convertido en meros atrapadores del poder. Los que así piensan añaden que las izquierdas acabarán teniendo un problema cuando la derecha acabe recomponiendo su agenda porque, hoy por hoy, las izquierdas lo único que aportan es una agenda incoherente que precisamente por ello agrupa a la de los grupos organizados según el principio cultural. Por lo tanto los abortista, los nacionalistas secesionistas, los pactistas o buenistas o los poco religiosos, así como los que no pueden corromperse por falta de oportunidades o los científicos o intelectuales, tenderán a ser de un partido de izquierdas, precisamente por la incoherencia de su ideología o, dirán otros, por su falta de principios.
La lucha partidista ya no es por unas reformas o mejoras, por hacerlas o no hacrlas, o hacerlas de esta manera o de esta otra; sino por engatusar a la mayoría de los disidentes de todos los dogamas. Y, siendo esto así, no es de extrañar que se de la famosa polarización. Esta siempre se daría a no ser que la posición sobre alguno de los asuntos culturales se coma a todos los demás. Esto es lo que ocurre con los partidos nacionalistas. Si uno es abertzale radical, por ejemplo, la posición ante el aborto, el feminismo, la homosexualidad o lo que sea, deja de tener importancia frente a la reinvindicación de la autodeterminación. Si, como otro ejemplo, uno cree en la lucha de clases pasa lo mismo excepto que, en este caso, se siente uno más impelido, supongo, a derivar conclusiones sobre cualquier tema de los que llamo culturales y ello simplemente por el hecho de que uno cree estar en algo científico, en este caso el socilismo científico. No hay un partido feminista; pero si lo hubiera quizá se desentendiera de otros temas. Lo mismo pasaría si hubiera un partido cintifista: pasaraía de otros asuntos que consideraría menores.
Y todo esto tiene consecuencias sobre las que algo diré en la tercera entrega de esta pequeña serie sobre las culture wars