Un antiguo amigo del que he perdido la pista me educó hace años en la apreciación de Moby Dick de Melville ( sí, el mismo del escribiente Bartleby y de otras maravillas) como un Quijote moderno con el capitán Achab como el hidalgo y con Ismael como un Sancho.
Seguramente este es un lugar común para los que se dedican a la crítica literaria; pero este no es mi caso. Mi caso es uno de fijación con el primer párrafo de esa novela.
Un primer párrafo es como los títulos de crédito de una película de las de antes. Como decía un tercer amigo que compartíamos el otro amigo y yo, el director siempre intenta dar un do de pecho en la primera secuencia para atraer tu atención y, si ese comienzo es malo, apaga y vámonos. Y de hecho se iba y nos enseñó a todos a saber despegarnos de la cálida butaca de un salón de cine de una ciudad lluviosa cuando el director no estaba la altura de nuestro pedantesco conocimiento del leguaje fílmico.
Es un primer párrafo tan maravilloso el de Moby Dick que pienso que deberíamos lanzarnos a hacer una colección de ese primer párrafo en todos los idiomas a los que ha sido traducido. He aquí el original.
Con un primer párrafo así quedas atornillado a la silla en la que estás sentado al abrir el libro. No hay manera de cerrarlo. Ya hablaremos de él; pero de momento presten atención a las tres primeras palabras. Me bastan para decir lo que quiero decir.
Quiero decir que Cervantes con su puesta en escena se nos muestra como un notario omnisciente al que yo intento prestar atención; pero que acaba aburriédome con su prosa jurídica que oculta si me han dejado o no un legado en una herencia, algo muy distinto de lo que hace Melville. Este tipo, unos siglos más tarde, delega en Sancho/Ismael la narración de la historia con sus propias palabras, de forma que ya sé que voy a entender lo que me quiere decir y no tengo dudas respecto a la herencia.
Pero lo que realmente persigo con este post pretendidamente literario es proponer el «call me Ismael» como el santo y seña de los que creemos desear una comunidad desterritorializada en la que poder tener una conversación que nos distraiga de pensamientos lúgubres