Los analistas de la coyuntura y los predictores (forecasters) de la inflación est án siendo muy demandados porque la industria de fondos cree no entender lo que hace el Banco Central Europeo gobernado por Trichet.
Acaba de subir el tipo de intervención, que es lo que puede manejar, y se marca unos discursos crípticos que dejan a la industria perpleja y dubitativa entre la psibilidad de que no lo vuelva a hacer y la eventualidad que estemos en el comienzo de una cadena de ascensos.
Dada la situación cuyuntural de la eurozona, en la que no parece que haya divergencias de apreciación entre los analistas, parece ser que, a diferencia de hace unos meses, la discusión del BCE estuviera entre mantener los tipos o subirlos; pero la opinión mayoritaria es que la discusión debería haber seguido, mientras se aclaran las tendencias de la economía real, y que no había ninguna urgencia de actuar después de 36 meses de inactividad.
Lo m ás interesante para un observador externo que no sabe de an álisis de la coyuntura y tampoco de previsión estadística, es que los expertos no se ponen de acuerdo sobre el porqué de esta actuación.
Para algunos no es imtempestiva: o bien quieren estar en una posición inicial m ás favorable por si la actividad repunta con m ás fuerza de la prevista, o bien es lo que realmente se requiere a la luz de la magnitud de la liquidez existente.
Para otros, sin embargo, es tan poco necesaria que creen ver en esta primera intervención después de año y medio de inactividad una señal de algo diferente y menos rutinario: o bien hay un deseo inconfesado de encarecer el euro frente al dólar americano a fin de mejorar las exportaciones, o bien es la manera que un padre severo tiene de forzar a alguno de sus hijos a comportarse de acuerdo con el espíritu de los tiempos y hacer esas reformas estructurales que hace tiempo debería haber hecho. O bien este padre financia una compra sensata de droga de su hijo conflictivo o bien le fuerza a entrar en una clínica especializada.
Yo me inclino por la segunda opción apuntada por estos analistas que no creen que simplemente el BCE est á actuando de la mejor manera posible a su leal saber y entender. Y es que no hay manera: da poder a alguien y lo utilizar á. Este era precisamente el argumento para quitar poder financiero a los gobiernos y pas árselo a los bancos centrales. Si aquellos tenían un sesgo inflacionario, entendible por el ciclo político al que est án sometidos, éstos, los bancos centrales, tienen un sesgo intervencinista precisamente porque no pagan nada por los posibles consecuencias indeseables del ejercicio de sus puenas intenciones paternales.
Pero démos un paso m ás. Algún defensor acérrimo de la actuación última del BCE afirma que la falta de reacción de la actividad real al estímulo de tipos secularmente bajísimos es una muestra de que, como ya sabíamos por la teoría m ás sólida, la Política Monetaria es neutral. Por otro lado, como la inflación tampoco parece dispararse por una liquidez que no se ha intentado neutralizar a través de subidas de tipos, no hay ningún peligro en la subida de un cuartillo que acabamos de experimentar.
Y aquí es donde yo quería llegar, poque si inflación y actividad real no tienen nada que ver con la Política Monetaria, ¿para qué queremos un BCE o, en general, un banco Central?. Esta pregunta adem ás de retórica es herética, pero también es inevitable porque su ausencia nos abre una visión paradisíaca de un mundo en el que podríamos utilizar nuestro tiempo en leer a Baudelaire en lugar de preocuparnos de la psicología de su compatriota Trichet.
Dejo para otro día la interpretación , a la luz del trasfondo de los comentarios que acabo de hacer, del rifirafe entre Caruana y Solbes en un país como el nuestro en el que ya no hay Política Monetaria; pero en el que el autonombrado «padre» sigue jugando a protector de su hijo de cuarenta años.