Introduje la tarjeta en su ranura y tecleé mi clave. Ante mí se abrió el abanico de posibilidades y elegí sacar dinero. Tenía que acudir a una cena de amigos e iba un poco justo.
Lo quería de mi cuenta corriente en la que les aseguro hay dinero suficiente según el último estracto que me ha llegado a casa por correo. Pues bien, una vez elegida la cantidad, presioné el botón correspondiente y esperé un momentito hasta que apareció ante mí una pantalla que nunca había visto. Decía que no tenía saldo suficiente y me sugería que rebajara la cantidad solicitada. Así lo hice preguntándome cómo era posible que el papelito correspondiente que escupió la máquina indicara que no había efectivo disponible para mí.
Decidí correr el riesgo de no poder contribuir a mi parte alícuota de la cena del viernes, riesgo que no sé materializó, y el sábado fui a hacer la compra con el miedo de que no me admitieran la tarjeta , pero no tuve dificultades. Supuse que no es lo mismo dispensar efectivo que pagar con plástico ya que al fin y al cabo ese plástico es una tarjeta de crédito y no de débito.
Así que el domingo, después de un buen desayuno con los caprichos comprados el sábado en ese super que me encanta, salí a comprar los periódicos con el poco efectivo que me quedaba para pasar el día
Al pasar por delante de mi sucursal bancaria se me ocurrió intentar otra vez hacerme con un poco de dinero en efectivo; pero la historia se repetió. Ya inquieto decidí consultar mi saldo. Es posible que sin darme cuenta haya gastado más de lo habitual o, lo que sería peor, que algún pirata me haya saqueado mi cuenta corriente. Pero me he llevado una sorpresa mayúscula al contestarme la pantalla que no me pueden decir mi saldo por razones técnicas.
Hoy es lunes, el banco está abierto y me enteraré de lo que pasa; pero creo que merecía la pena comentar que las máquinas automáticas pueden ser tan repelentes como los seres humanos