El Herald Tribune publicaba hace unos días un artículo de Paul Krugman que me parece instructivo. En «The conservative epiphany», comentaba Krugman la conversión reciente a lo obvio de dos neoconservadores notorios, Bruce Barlett y Andrew Sullivan, de cuyas diatribas había sido objeto el propio Krugman hace tres años, cuando estos patriotas encendios le acusaron de antiamericanismo idiota.
Esta caída del caballo es siempre bienvenida; pero es comprensible que los ninguneados por haber visto bien la situación desde el principio, se encuentren ligeramente escocidos. Krugman no pierde la elegancia y se limita a recordar la evidencia, que siempre ha estado disponible a quien quisiera encontrarla, referente a la reforma fiscal de Bush y a la entrada en la guerra de Irak.
No tan elegante fue Pedro Schwartz hace muchos años cuando de dedicó un artículo titulado «De rodillas» a Julio Segura quien, por aquel entonces, se había desenganchado del comité central del PC español. También entonaba el «mejor tarde que nunca»; pero luego le exigía que pidiera perdón, o al menos así lo recuerdo yo.
Julio Segura aprovechó sin estridencias su conversión. Parece que Barlett y Sullivan van a saltar a la fama por la confesión mediática de sus errores y no conviene olvidar lo abiertos que han estado siempre los salones madrileños al vasco arrepentido, entendiendo por tal, desde luego, al etarra aficionado que confiesa su error mientras cuenta cosas que enriquecen y dan emoción a las veladas de salón.
Es realmente una suerte que te premien por ejercer tu mala conciencia. Una suerte de la que no podemos disfrutar los que, aun sintiendo la culpa casi todo el tiempo, no tenemos ningún gran error del que arrepentirnos. Y de la que tampoco disfrutó Lord Jim, ese maravilloso personaje de Conrad que, no habiendo podido ser el orgullo de la marina mercante inglesa, busca el pago de su terible error (de abandonar a su suerte a los peregrinos haciendo un uso cobarde del bote salvavidas) mediante cualquier medio a su alcance que, a poder ser, acabe con su vida ya imposible de redimir.
Tampoco Profumo, fallecido hace pocos días, supo poner en valor su genuino arrepentimiento por un desliz en brazos de la Keeler (por cierto, ¿qué ha sido de ella?).Fue perdonado por todos, desde su esposa a la Reina; pero él siguió lavando platos en una institución caritativa.
Esto de la culpa es muy extraño y cada uno lidia con ella como puede. Ahora bien, el hacerse responsable ante Dios y la Historia, tal como ha declarado Blair estos días, no parece la mejor o más respetable manera de cargar con ella.
Y para terminar una simple pregunta final. ¿Qué podemos esperar de nuestros neoconsevadores locales?. Yo apuesto que seguirán el ejemplo de Blair, no el de Profumo ni tampoco el de los neo-cons arrepentidos a los que se refería Krugman.