Vicente (Urnieta) dejó escrito un comentario críptico sobre este punto. Decía ese comentario: no me hace gracia el chiste que se atribuye a Buñuel, eso de que «soy ateo por la gracia de Dios». Yo-escribe Vicente- soy ateo por honestidad.
Vaya usted a saber lo que tenía in mente el pobre Vicente en las fechas en que escribió esas palabras; pero leyéndolas ahora a mí me recordaron lo que escribía yo hace meses.
Quizá merezca la pena citar los dos últimos párrafos de aquel post.
No basta con suspender el juicio, hay ya que decir en alta voz que, exista Dios o no exista, no hay manera de saberlo y que afirmar su existencia es un simple abuso del lenguage. De acuerdo con lo poco que sabemos y las reglas del lógica nuetra obligación moral es, dado el estado presente de nuestro conocimiento, defender su inexistencia.
Que el ateismo se ponga de moda es un buen síntoma de que la libertad de pensamiento se impone.
A la luz de la palabra sentenciosa de Vicente Urnieta y de las cosas que decía yo hace bien poco, quizá podríamos hacer algún comentario sobre este aspecto del presunto problema de España.
No somos los ateos lo suficiéntemente numerosos, entre todos los inumerables agnósticos de facto, como para poder zanjar la cuestión del laicismo de una vez. Si fuéramos más acabaríamos forzando una denuncia del famoso Concordato con la Iglesia Católica para que ésta pase a ser en el ámbito público lo mismo que la iglesia de los Adventistas del Séptimo Día.
Una de las ventajas de esa denuncia sería que la educación volvería a recaer sobre los padres y no sobre la instrucción impartida por los colegios concertados, casi todos ellos relegiosos. Es demasiado cómodo quitarte de encima tu propia responsabilidad delegando en una orden religiosa la transmisión de los valores que han de sostener nuestra forma de convivencia.
Y todavía me parece más objetable la postura de los que defienden esa elección suya pretextando que es peor dejar que sea el Estado a través de los colegios públicos el que adoctrinen a nuestros hijos, como si la educación religiosa no fuera adoctrinamiento.