Anfitrion es un personaje de la mitología griega y el protagonista de una comedia de Plauto que me parece el perfecto precedente del tipo simpático que encarnó como nadie Cary Grant en las comedias de genios como Cukor por ejemplo.
Este nombre propio convertido en sustantivo apareció el jueves en la contraportada de El País en boca de un joven arquitecto, Andrés Jarque, protegé de Navarro Baldeweg. Decía Jarque hablando de su proyecto Casa Tupprerware de 25 metros, supongo que cuadrados: «Era una casa enana, pero tenía todo lo necesario y, además, realzado con colores y pequeños gestos. Un arquitecto es el anfitrión de una fiesta: no juzga a sus invitados, intenta que todos se sientan bien».
Y no sé porqué esta figura del anfitrión me recordó algunas otras cosas.
Para empezar esa extrana figura del organizador de fiestas que procura que los invitados constituyan un grupo sorprendente y agradable mezclando sexos ( o debería decir géneros), colores, vestimentas, edades y deseos. Esto comenzó, creo yo, hace treinta años o más en el Club 54 del Lower West Manhattan y ha evolucionado hasta los pobres «puertas» de las discotecas para adolescentes de hoy en día. Pero su historia es lo de menos; lo que importa es que se reconozca esa habilidad para combinar gentes distintas y aun opuestas en muchas de sus características que , sin embargo, pueden no solo disfrutar unos de otros sino, más seriamente, formar parte constitutiva de un grupo con interés en sí mismo.
Pero también el párrafo de Jarque me ha recordado a la carpintería naútica que consigue mediante un uso obligado y minucioso del espacio que todo esté donde debe estar para ser accesible cuando es necesario. Esta cualidad de ciertos productos de carpintería se reproduce hoy en estuches varios, de instrumentos cortantes, de objetos de escritorio, de botiquines de automóvil , de cajitas de medicinas o de vaya usted a saber qué.
Y estuches y locales de fiesta se me aparecen como perfectamente análogos, refejando unos y otros la convivencia de lo diferente pero complementario, la pardójica cercanía entre lo ordenado y lo explosivo.
La diversidad y la complementariedad me vuelven una vez más a la cabeza y ésta me da vueltas siguiendo una canción de Aute que escucho una y otra vez ee el CD que se han dejado en casa Alfonso e Itziar: «que no, que no, que el pensamiento no puede tomar asiento; que el pensamiento está siempre de paso, de paso, de paso… »
Quizá se me pare la cabeza si pienso que el pensador de hoy, el realmente actual, es un arquitecto en el sentido de entertainer, es un hacker que organiza el caos a partir de un pensamiento que no toma asiento y está siempre de paso. Y no se porqué esto me recuerda también al Black Swan de Taleb, el que se guía por la lógica de la abundancia, el que sabe ver en un cesto de costura perfectamente ordenado la semilla del desorden más absoluto.