Me gustaría comentar aquí el contraste entre los comentarios de Mario Vargas Llosa y David Grosman a propósito del premio Príncipe de Asturias de las Letras concedido a este autor israelí.
Viajaba de Copenhagen a Madrid y me ofrecieron periódicos españoles que no había encontrado en el aeropuerto. Elegí el diario de PRISA y me encontré con la noticia del premio y con los dos siguientes comentarios.
Por un lado, David Grossman, un conocido intelectual israelí decía que Oz «ha ayudado a formular la identidad israelí». Por otro lado el gran escritor peruano afirmaba que «su (de Oz) compromiso no está de moda en esta era light».
Mi cabeza se negó a entender ambas cosas simultáneamente como si mi ordenador corporal hubiera entrado en un extraño loop. Parecería que el compromiso es para Vargas Losa una cosa buena, especialmente en esta época posmoderna en la que parece que no pega. Por otro lado que la identidad, o al menos su formulación, sería para Grossman algo de agradecer, parece también claro.
Si no nos gusta el posmodernismo, según el cual «todo vale» (dicen) nos debería gustar eso de la identidad porque pertenecer a una prohibe muchas cosas. ¿Por qué entonces mi mente se paraliza como ante un problema contradictorio? ¿Dónde está la contradicción?
Creo que la clave de mi parálisis intelectiva está en que compromiso e identidad no parece que encajen muy bien. Cuando hablamos de compromiso interpretamos que estamos hablando de una idea propia de Sartre y de caracter individualista como corresponde a aquellas épocas existencialistas. Pero cuando nos referimos a identidad nos resuena en la cabeza el ruido del comunitarismo, algo sin punto de contacto alguno con el existencialismo.
¿Habría alguna manera de hacer compatibles el compromiso y la identidad? Para alguien como Satre no habría problema alguno si nos permitimos pensar en una clase social como en una identidad. Para Grossman tampoco habría problema si admitiéramos que la ciudadanía puede ser también una identidad.
Aun así mi máquina cerebral da vueltas en el vacío sin tener visos de detenerse. Abro el libro que he llevado para los tiempos muertos de los «negocios» a los que ahora me dedico y me concentro en el artículo que me interesa ( Getting beyond objetivism: the philosophical hermeneutics of Gadamer and Ricoeur, en Economics and hermeneutics, Don Lavoie (ed.), Routledge,1990) un trabajo de G.B. Madison sobre hermeneútica que me abre los ojos. No somos sujetos individuales más que en el sentido de que queremos cosas y hacemos algo para conseguirlo. Somos en efecto individuos intencionales, pero el sentido de lo que hacemos o deseamos, el sentido que nosostros creemos que tiene lo que hacemos o deseamos, viene dado por nuestras relaciones intersubjetivas. Dentro de nuestro grupo, añado yo.
Yo diría que Oz ha sabido interpretar lo que significa ser israelí hoy y que, justamente desde ahí, también ha conseguido simultáneamente comprometerse con la paz a pesar de la posible existencia de derechos, presuntamente anteriores al Derecho, del pueblo judío.
Si mi interpretación es correcta me parece que la condescendencia que, en general, se usa frente a los que se daclaran nacionalistas sin recato, debería ser replanteada. Igual resulta que la única manera de comprometerte con la ciudadanía y con cada ciudadano individual es ayudándoles a que escriban y formulen ellos mismos su propia identidad sin agarrase como naúfragos a la que le venden en el supermercado.