Hace unos días soñé que, como el Rey en el 90 aniversario de Sabino, había acudido a una fiesta con la vestimenta inadecuada. Pero como no soy el Rey, me volvía a casa en metro para ponerme algo más adecuado para la ocasión. Pero me confundía de línea o de parada y salía en un astillero cubierto de roña.
Parece como si soñara premonitoramente el comienzo de mi decadencia neurológica.
Y si no me lo creen piensen en el sueño más reciente en el que tenía que dirigir una reunión y no me acordaba de qué iba aunque tenía una diminuta chuletita que, oh angustia, se me escurría entre los dedos.
Pero he aquí otro que no parece espejo de decadencia neurológica. El taxista, que es como uno de aqellos jordanos que me daban el masaje correspondiente a un baño turco, cae sobre el volante cuando nos lleva a un amigo y a mí por una carretaera llena de curvas. La galleta es segura; pero no ocurre y el sueño continúa con todos en el portalón de un caserío sopesando si llamamos otro taxi o no.
Y nos son los únicos sueño angustiosos. Hoy mismo he soñado que para una reunión de trabajo intelectual habíamos alquilado habitaciones en un hostal en San Sebastián. Se encontraba detrás del Ulía y las vistas desde el salón no eran a la Concha sino a la falda de ese monte. Estaba repleto de gente y nos cambiaban constantemente de habitación.
¡Cómo echo de menos aquellos años en que los únicos sueños que recordaba eran los eróticos!
Te despertabas y te levantabas, no sé, con otro cuerpo. Hoy solo tengo ganas de volver a la cama….a dormir.