Termino el primer borrador de entradilla a la gran novela de Bilbao con un párrafo, el segundo, que introduce otro tema que estará presente en toda la saga. Este párrafo y el anterior constituyen conjuntamente ese comienzo a una obra de ficción que basta y sobra para saber si el autor es alguien con quien querríamos conversar o más bien alguien a evitar. Sobre primeros párrafos ya escribí hace tiempo y ahora se trata de aplicarme el cuento a la búsqueda de una comunidad desterritorializada
En una percha ahorcada sobre la puerta abierta del armario cuelga su smoking de solapas brillantes redondeadas y, toque personal, una abertura trasera que lo hace similar a una americana pero que es tan larga que parecería que desea dejar entrever lo que hay que ocultar. Ella está vuelta hacia la cama sentada sobre la silla del tocador con el brazo derecho apoyado en el frío cristal que lo cubre y con la mano del izquierdo sostiene un cigarrillo que se quema solo. Yo me abrigo bajo la manta y siento el vacío en las ingles que nunca dejará de proporcionarme su desnudez inconsciente aunque duramente trabajada como provocación casta y que hoy se manifiesta en un escorzo de muslo ensombrecido por un chaquetón de piel de cordero que deja al descubierto sus largas piernas, esas piernas que, años más tarde y enfundadas en unos pantalones de raso muy a lo Greta Garbo, sostendrán sus éxitos musicales. Ahí están, pero la presión con la que se cruzan me hace saber que mejor renuncio a exacerbar el deseo; enciendo yo también un cigarrillo y me dispongo a escuchar una vez más esa historia que he oído cien. Yo no sabía en ese momento que esta era nuestra última noche juntos, que mañana, después del concierto, ya no habría ocasión de acariciar la suave seda gris de su sexo.
A partir de este punto y como un flash back surgen las vidas paralelas de ella y de él y de sus familias alrededor del Arenal con incursiones a la Parte Vieja y al Ensanche más antiguo. Solo al final volveremos al Barrio obrero y a esa casa que ella heredó y en donde empieza a clarear. Ella se probará su extaño smoking y el contará el desenlace que ocurre justo en ese concierto en el que el abuelo vuelve a ser el dueño de los timbales bajo la batuta de su nieta.
Pero todo eso tendrá que esperar.
Empiezo la mañana nervioso y desazonado. Un año más me va a ser imposible terminar todos los proyectos comprometidos. Tampoco tengo la certeza de que vaya a terminar al menos uno. Me doy una vuelta por el Blog del Cartógrafo BilbaÃno buscando inspiración y me encuentro con esta entrada. Sigo el hilo y descubro que no contento con planear y plantearnos una novela, el autor en ciernes planea una trilogÃa nostálgica con tres personajes principales. Bilbao, que no necesita presentación y que como no habla no nos puede provocar con un “llamadme Bilbao”, la chica sedosa del púbis gris de la que cuenta demasiado poco en las primeras cuarenta lÃneas y a la que, para llenarle de misterio le escamotea el nombre y el narrador, para mi gusto quizás u poco demasiado barroco, que nos va a entretener (?) con sus recuerdos y que, o mucho me equivoco, o terminará conduciendo un Mustang verde lejÃa por Sunset Boulevard al amanecer buscando una alpargata. Yo quiero que nos lo sigas contando y para hacerte más llevaderos los desvelos del autor, me apuesto contigo seis botellas de la mejor reserva de la Viuda a que no terminas las primeras doscientas páginas (y nos las dejas leer a los amigos) antes de un año empezado a contar desde este dÃa. Naturalmente, no hará falta que te recuerde que tu honor de bilbaÃno te obliga a contestar en público si aceptas o no el desafÃo.
Me temo que no puedo aceptar el reto por razones por ahora misteriosas, pero que te serán explicadas con todo detalle mañana por la noche en el Hotel Palace, gorro navideño mediante.